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Falleció un gigante de la ciencia mexicana–José Ruiz Herrera

Artículo de Octavio Paredes López publicado en Crónica.

25 de enero de 2023.

José Ruiz Herrera nació en la Ciudad de México (12-05-1935) y falleció en Guanajuato (14-01-2023). Obtuvo su licenciatura como Químico Bacteriólogo Parasitólogo en la prestigiada Escuela Nacional de Ciencias Biológicas (ENCB) que perteneció a la Universidad Gabino Barreda, pero desde la fundación en 1936 del Instituto Politécnico Nacional (IPN) pasó a integrarse al nuevo organismo educativo, científico y tecnológico creado por el gobierno de ese ilustre mexicano: el Presidente Lázaro Cárdenas. Esta licenciatura de la ENCB, impartida por pocas instituciones mexicanas, tiene un área principal de concentración que es la microbiología, y ha formado durante décadas a renombrados personajes como es el caso que ahora nos ocupa; tengo la impresión que, a pesar de fuertes limitaciones económicas internas, la calidad en la enseñanza, investigación y creatividad ejemplares de la ENCB se extiende hasta nuestra época. En 1963 Ruiz Herrera se graduó de Doctor en Ciencias en microbiología en Rutgers, The State University, Nueva Jersey, EUA. Por cierto, tuve el privilegio de ser su alumno brevemente en el curso de bioquímica microbiana, dentro de la carrera de Ingeniería Bioquímica en la ENCB (carrera que dio lugar al nacimiento de la biotecnología azteca); la brevedad se debió a que JRH se trasladó a los Estados Unidos para continuar su formación académica; y en su lugar continuó con el curso Manuel Servín Massieu, también QBP y microbiólogo y sobrino del eminente neurobiólogo Guillermo Massieu Helguera. 

Bajo todos los órdenes de medición que se apliquen a un académico y científico, JRH mostró siempre liderazgos indiscutibles: fue un destacado estudiante de licenciatura y de doctorado; disciplina y dedicación envidiables; extrema rigurosidad consigo mismo y unos parámetros éticos en la cúspide de la cúspide (muy por arriba del promedio que se vislumbra en el entorno, y tan extraordinariamente admirables cuando en el país de la actualidad se observan pésimos ejemplos en otras áreas del conocimiento relativos a la justicia ministerial, entre otros); una productividad científica de calidad mayúscula; enseñanza magistral en el aula con actualización permanente a nivel primermundista; y formación de líderes académicos para contribuir a dejar atrás el tercermundismo científico de México, con el permanente reconocimiento de sus estudiantes propios y ajenos por la excelsitud de este personaje (desafortunadamente el entorno mexicano no siempre es favorable a la expresión óptima de estos liderazgos). Está claro que JRH, como cualquier ser humano, tenía sus limitaciones o posiciones personales; en este sentido, deseo describir una de ellas: a pesar de su reconocimiento a los ejemplos excepcionales de otros colegas dentro de la ciencia nuestra, mantuvo una profunda insatisfacción con la lentitud en los avances en la generación endógena de conocimientos de frontera que se muestran a lo largo y ancho de la geografía nacional. Ante estos escenarios, me tocó escucharle las comparaciones inevitables ante los logros de sociedades de los países emergentes en las cuatro o cinco décadas recientes: Corea, China, India, entre otros; su conclusión: avances nacionales menores a lo deseable y comprensión mínima de la ciencia de los gobiernos nuestros de todos los signos ideológicos.

De los múltiples temas que investigó, éstos se podrían sintetizar en tres grandes líneas: estudio de quitina, glucano sintasas, y estructura y síntesis de la pared celular de hongos; bases moleculares de la diferenciación y morfogénesis de hongos; y la función del metabolismo de poliaminas en la diferenciación fúngica. Dentro de sus publicaciones aprobadas con el rigor de sus pares, aparecen alrededor de tres centenares de ellas principalmente en forma de artículos científicos en revistas internacionales; bajo mi apreciación personal, uno de sus trabajos sobresalientes se publicó en Science 186: 357 (1974) con Bartnicki-García sobre síntesis de pared celular en Mucor rouxii. Graduó a más de 100 estudiantes de L, M y D. Dentro de sus numerosas distinciones se encuentran el Premio de la Academia Mexicana de Ciencias (1974), Premio Nacional de Ciencias y Artes (1984), Premio Lázaro Cárdenas como exalumno del IPN (1991) e Investigador Emérito del Cinvestav-IPN y SIN-Conacyt. Hubiera sido deseable el ingreso de este distinguido personaje al Colegio Nacional; sin embargo, mantengamos presente que en organismos de esta naturaleza, como dice el refrán tan popular y en forma abreviada por el suscrito: “ahí no están todos los que deben estar”.

A fines de la década de los años 70’s fundó el Instituto de Investigaciones en Biología Experimental en la U. de Guanajuato y ahí graduó al primer estudiante de doctorado en ciencias, primero en el país de este nivel formado en una universidad fuera de la CDMX. Y en 1987 se unió como investigador al Cinvestav-IPN Unidad Irapuato; incorporación en la que contribuí siendo jefe de uno de los dos departamentos académicos de esta Unidad en la fecha citada. Finalmente, mantengamos vívida la herencia que como científico sin fronteras JRH nos dejó a todos, y muy especialmente a los inquietos jóvenes estudiantes y académicos mexicanos que nos muestran que el futuro puede y debe transformarse para crear la sociedad del conocimiento que genera autoestima y bienestar. 

Octavio Paredes López / Premio Nacional de Ciencias / Investigador Emérito Cinvestav-IPN Unidad Irapuato / Investigador Nal. Emérito SNI-Conacyt / Premio de la Academia de Ciencias del Mundo en Desarrollo (TWAS), Trieste, Italia.

Consulte el artículo en: https://issuu.com/lacronicadehoy/docs/edicion_25_de_enero/25

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